sábado, 29 de agosto de 2009

El aplauso


Veamos el aplauso en su definición:
"Palmotear demostrando aprobación, agrado o entusiasmo".
Cuando aparece el aplauso en los alumnos hacia sus compañeros durante el proceso de enseñanza aprendizaje, en cualquiera de sus etapas o momentos o frente a cualquier tipo de ejercicio, podemos decir que estamos frente a una expresión descontextuada, como así también provocadora de confusiones.
Decimos descontextuada dado que los artistas sabemos de sobra que el lugar del aplauso es el del espectáculo y aquel que aplaude es el espectador (más allá de que la moda nos haga ver en los últimos años a algunos actores aplaudiendo a los espectadores desde el escenario).
Por lo tanto, el aula, que no es una sala de espectáculos; el ejercicio o la escena o la improvisación, que no deben ser evaluados como resultados y el alumno que es un compañero que comparte, mirando de afuera, pero absolutamente involucrado en este momento de aprendizaje en el que está observando para aprender; no corresponden al contexto necesario para el aplauso.
Nos preguntamos:
En la instancia pedagógica: ¿Quién es el que ubica, contextúa y encuadra?
Contestamos: nosotros, los docentes.
Nos referimos también al aplauso en el aula como provocador de confusiones, observemos si en el tránsito del proceso de aprendizaje, al aparecer el aplauso nos es sencillo contestarnos algunas preguntas como:
¿Aplaudimos siempre o sólo cuando nos gusta?
¿Aplaudimos a los compañeros por solidaridad?
¿Cuándo no aplaudimos es que fue malo?
¿La intensidad del aplauso expresa distinta valoración?
¿Hay momentos y circunstancias del proceso en que el aplauso puede ser inconveniente y otros en los que no?
¿El aplauso premia o castiga?
Podemos seguir y seguir preguntando y veremos que las respuestas son muchas y variadas, entonces cuando frente a una cuestión metodológica las contestaciones a los interrogantes son tan disímiles, podemos pensar que nos encontramos frente a una situación confusa.
En todo caso el momento que deviene del trabajo realizado es el de la reflexión y evaluación. Esta es la instancia que tiene el alumno que trabajó para realizar su autoevaluación y el alumno que observó, para conceptualizar y poner en palabras con los elementos técnicos adquiridos su visión del trabajo de los compañeros.
Estamos frente a la evaluación de un proceso. Debemos ubicarnos en el lugar del proceso no del resultado.
¿Qué es la evaluación?
Es un corte en el proceso de aprendizaje. Una detención  que permite definir la continuidad del proceso, su dirección, su profundización, su ordenamiento en función de lo observado.
Justamente este es un ejercicio constante que nos debemos los docentes artísticos, ubicarnos como propiciadores del proceso, no dejarnos tentar por las mieles de los resultados ni las mieles del aplauso.
¿Qué es el aplauso?
Es una  de las formas posibles  de devolución de los espectadores respecto del hecho artístico del que fueron testigos  o participantes, según sea la estética en que se encuadra el espectáculo.
Reconocer la tentación para alejarla, pues nuevamente decimos:
¿Quién en este proceso despeja confusiones y es el instaurador de situaciones que no sean equívocas?
¿Quién es el que prioriza esta actitud de apertura hacia el proceso y de postergar el resultado?
El docente, contestamos.
¿Qué diferencia el aprendizaje  del espectáculo?
El primero es un proceso y el segundo el resultado de un proceso creativo.
Si la improvisación es un ejercicio, ¿Por qué aparece en los alumnos la necesidad de aplaudir la culminación del mismo? ¿Completar un ejercicio es equivalente a obtener un resultado  satisfactorio? ¿Se aplaude haber hecho un ejercicio o un resultado determinado?
Aparecen en este punto varias alternativas: solidaridad con el compañero que está trabajando; catarsis; empatía por una situación tensionante, etc. en algunos casos también tiene un componente valorativo.
¿Cómo compatibilizar el aplauso de los compañeros con el señalamiento de errores, dificultades, inconvenientes por parte del docente, para evitar  la frustración y el bloqueo físico y emocional que produce el doble discurso?
Cuando los actores desde un escenario, desarrollan su trabajo, despliegan su creatividad; el cuerpo , la voz, el alma se involucran en una realidad ficcional que los coloca en una posición distinta de la que ocupan en sus  vidas personales.
Cuando el espectáculo finaliza, el primer elemento que los conecta con la realidad  es la respuesta del público: su silencio o su aplauso.
Ambas expresiones, de acuerdo a lo que haya ocurrido inmediatamente antes, les indican que la ficción terminó, que comienza el regreso  a sus personas, que retoman la historia que quedó suspendida algún tiempo atrás.
El aplauso gratifica porque es una retribución del público de lo que el artista le ofreció. Encierra una aprobación y es valorativo; de acuerdo a su duración, intensidad y firmeza se puede intuir qué movilización produjo el espectáculo, qué llegada tuvo, qué empatía e identificación provocó.
De acuerdo a lo dicho, podría entenderse que  el aplauso señala un final. El espectador ha compartido una  producción que implica un hecho acabado, completo, aunque aún siéndolo sufra modificaciones, evoluciones, crecimientos, por ser un hecho humano, realizado en el aquí y ahora por seres humanos.
Podríamos establecer un paralelismo entre el proceso educativo y el proceso creador: ambos son tiempos de búsqueda y de encuentro. Son espacios de prueba, de equívocos,  de comprensión, de selección, de elección...
Los resultados que se logran son parciales, son etapas de construcción.
Por supuesto el sólo hecho de estar construyendo es "aplaudible", pero a veces se corre el riesgo de confundir y suponer que "ya está",  que hay un logro en términos de resultado, que la búsqueda se terminó.
En definitiva el aplauso marca un final, y en el proceso educativo no convivimos con el final, sino con la continuidad. La búsqueda continúa, se avanza, se retrocede, se detiene, y así sucesivamente.
No alcanza con transitar para internalizar, para incorporar, para aprehender.
En tiempo de ensayo no aplaudimos, en tiempo de ensayo hurgamos,  revolvemos, creemos encontrar y caemos en la cuenta  que todavía no.
Si  le damos un final en lugar de permitir que quede abierto, permeable a la reflexión, dispuesto a la decantación, no le damos  al logro espacio ni perspectiva de adquisición. El mismo estará signado por la inmediatez y será efímero.
Y el logro del aprendizaje, como el de la creación debe ser duradero, interno, adquirido de modo tal que no haya necesidad de evocarlo cada vez. Debe formar parte de la naturaleza: estar allí y surgir cada vez que se lo convoque, como ocurre cuando aprendemos un texto: lo aprendemos para poder olvidarnos de él.


                    CLAUDIA KRICUN                               CLAUDIA STIGOL